Cuando Amira regresó a su país, no le esperaba un comité de bienvenida. Esta ciudadana árabe-israelí de 30 años llegó el 16 de noviembre con sus dos hijos —de cuatro años y año y medio— a Taba, en la frontera de Egipto con Israel, junto a la costa del mar Rojo. Atrás, bajo las bombas, quedó su marido y su madre, sin derecho a salir al no tener la misma nacionalidad. Amira protagonizó una odisea en la que atravesó con sus niños la mitad de un territorio devastado por la guerra hasta Rafah. Cuando llegó a Egipto, exhausta, atravesó toda la península del Sinaí con otros evacuados en un convoy militar cuyos miembros no les permitieron ni a ella ni a sus hijos descansar ni comer. Cuando pisó de nuevo Israel, el único recibimiento que tuvo fue el del Shin Bet, el servicio de información interior israelí, que la trató como una sospechosa. “Fue lo peor de este proceso”, asegura. “¡Dinos todo lo que sabes sobre Hamás!”, le gritaron entre amenazas mientras le preguntaban si sus hijos eran realmente suyos. “Me revisaron cada foto, cada número y cada mensaje que había en mi teléfono”.
Amira (nombre ficticio porque prefiere mantener oculta su identidad real) forma parte del grupo de 71 israelíes que lograron salir de Gaza en dos convoyes el 16 de noviembre y el 6 de diciembre, todos árabes y la mayoría de origen beduino. Algunos salieron con el resto de ciudadanos extranjeros —ningún gazatí sin nacionalidad o residencia legal en Israel ha podido abandonar la Franja—. La mujer viajó con sus niños desde casa de su madre, en la ciudad de Al Qarara, al norte de Jan Yunis, y fueron de refugio en refugio y sorteando los escombros con lo básico para llegar hasta el paso fronterizo de Rafah, la única salida de Gaza a Egipto. A diferencia de los rescatados de la Franja con pasaporte estadounidense, francés o español, los israelíes que consiguieron escapar del horror no pudieron llevarse con ellos a muchos de sus parientes más cercanos. En el contingente, la mayoría eran mujeres que se casaron con ciudadanos de Gaza, se trasladaron, se instalaron y formaron familias. En muchos casos, sus maridos e hijos se han quedado allí.
“Fue un viaje muy penoso, durante todo el camino tuvimos bombardeos”, recuerda Amina, que ahora vive acogida por su familia israelí. “No había gasolina, no había nada. Al final encontramos un coche que nos llevó a la frontera, pero tuvimos que pagar al conductor el doble porque no quería correr el riesgo de llevarnos”, prosigue. Al cruzar el paso de Rafah, los registraron de arriba a abajo. Agotados, tuvieron que esperar durante horas sentados en el suelo hasta que un autobús escoltado por militares egipcios los recogió y los llevó hasta Taba a través del Sinaí. “A mi marido y a mi madre no les dejaron pasar. Tuvieron que quedarse en Gaza”. La evacuada detalla los horrores del camino. “Mi hija de cuatro años sabía lo que estaba pasando. Cuando escuchaba las explosiones se tapaba los oídos y no paraba de gritar. Yo notaba que mi hijo pequeño también se asustaba, porque no dejaba de moverse y mirar a las ventanas. Nos teníamos que ir. Habríamos podido morir todos en un bombardeo”, cuenta Amira.
Fueron dos organizaciones de derechos humanos israelíes las que se encargaron de coordinar el rescate con el Gobierno de Israel. Ambas ONG se ocupan de gestionar los permisos militares para que estas familias puedan encontrarse con sus familiares a ambos lados de la frontera. Un 15% de los gazatíes tienen parientes en Israel y los matrimonios mixtos son comunes a ambos lados de la valla. “Es lo que en Israel se llama ‘procedimiento de familias divididas”, explica Daniel Shenhar, el director del departamento legal de HaMoked, que, junto con Gisha Legal Center for Freedom of Movement, trabaja para garantizar la libertad de movimientos de los palestinos, ha colaborado intensamente para conseguir la salida de estas personas. “La mayoría son mujeres que, durante años, han recurrido a nosotros para obtener los permisos que les permiten vivir de manera permanente en Gaza y volver a Israel para visitar a sus parientes”.
“El problema de estas parejas, muchas veces, son los niños”, continúa Shenhar. “Muchas de estas mujeres se han preocupado de que sus hijos nacidos en Gaza tengan documentación israelí que les permite salir y entrar periódicamente en Israel, pero cuando cumplen 18 años, tienen que salir de la Franja y, desde ese momento, ya tienen prohibido volver a casa, porque no les dan permisos”. Por esa razón, muchos otros, cuando llegan a la mayoría de edad, se quedan y, aunque conservan la nacionalidad israelí, no pueden abandonar Gaza.
Tras la confusión inicial de los días posteriores a los atentados HaMoked y Gisha comenzaron a trabajar. Ambas organizaciones se pusieron en contacto con COGAT, el organismo del Ministerio de Defensa israelí que gestiona los asuntos civiles en los territorios ocupados. “Estuvimos durante semanas llamando y escribiéndoles para explicarles que había ciudadanos israelíes en Gaza y que queríamos sacarlos de allí”, recuerda Shenhar, el asesor legal. “Hasta que les mandamos una lista con todos los que ya estábamos en contacto desde antes que empezara la guerra. Sorprendentemente, nos prometieron que los sacarían. Recuerdo que nos pareció un poco raro con el ambiente tan exaltado que había en el país”.
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Desaparecidos o muertos
Elaborar esa lista fue un trabajo ímprobo y en gran parte infructuoso. “No pudimos contactar con todos. Muchos de los que constaban en nuestros registros no respondían al teléfono, más o menos la mitad. Creemos que pueden estar desaparecidos o muertos”, prosigue Shenhar. Lo que sí hicieron fue pedir a los que sí respondieron que difundieran la información entre los que se encontraran en una situación similar. Ante la perspectiva de formar parte de una familia dividida, hubo mujeres con derecho a salir que decidieron quedarse porque no habían gestionado la documentación israelí de sus hijos. Otras no quisieron separarse de sus maridos. HaMoked y Gisha reclaman ahora a COGAT que les permitan salir con los niños, pero, hasta el momento, no han obtenido respuesta.
Entre los árabes con nacionalidad israelí que también se quedaron atrapados, se contaban varias familias, mujeres con niños, que llegaron a Gaza los días previos al inicio de la guerra con un permiso especial de los militares para visitar a familiares enfermos, asistir a una boda o a un entierro, los motivos tasados para conseguirlo. Cuando empezaron a caer las bombas, se quedaron encerrados allí.
A salvo, Amira cuenta que el momento más dramático fue la llegada a Israel, después de horas sin haber comido ni bebido. “Tras comprobar y volver a comprobar nuestra documentación, los agentes querían asegurarse de que mis hijos realmente eran míos y para demostrarlo tuve que enseñarles las fotos de mi teléfono con ellos en mi casa”, recuerda. “Después, uno por uno, nos metieron en salas de interrogatorios y empezaron a hacernos preguntas”. Poco importaba que Amira fuese una de sus nacionales. “Me preguntaban en qué sitios hay gente de Hamás o si trataba o trabajaba para Hamás. ‘Dinos todo lo que sabes sobre Hamás, en qué lugar están los cohetes, si conoces a alguien de Hamás’. Les dije que no sabía nada”.
Luego llegó otro investigador, aparentemente ejerciendo de poli bueno. Cuenta que le dio chocolate a su hijo para luego decir: “Mira cómo tratamos a los niños palestinos, en vez de matarlos, como hizo Hamás”. “Pero si son niños israelíes, con documentos israelíes’, le respondí. No tienen nada que ver con Hamás ni con la guerra. Hay niños muriendo y no es mi culpa ni la de ellos”. La mujer se queja de que apenas les trajeron comida y agua hasta que insistieron. Lo mismo con las mantas. Que tres personas del grupo fueron arrestadas, otras tratadas a gritos y que les acusaban de alegrarse de los ataques del 7 de octubre. “Después de esto no volverás a Gaza. Ya no quedará Gaza a la que volver. No vamos a permitirte un solo error, te vamos a vigilar”, le dijeron. Yo le expliqué que esperaba establecerme en Israel con mi marido y con mi madre. “Eso no va a suceder”, le lanzaron. “Piensa en sacar a tu marido para iros a otro país”.
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