A Miguel Ríos, el incombustible, no le basta con ser una de las referencias del rock en español; además es amigo de sus amigos, así que reivindica a sus colegas. En los ochenta, Ríos estaba en lo más alto: en 1982 había hecho la arrolladora gira Rock and Ríos, que ahora ha repetido con motivo de sus 40 años, y eso que su anterior tanda de conciertos se presentó como la de su despedida. En 1987, condujo un ambicioso programa de televisión: ¡Qué noche la de aquel año! En 26 capítulos, el cantante granadino sacaba a su escenario a las figuras del rock y pop español desde 1962 hasta el año en que la serie se emitió en prime time de La 1. Abusaba de su protagonismo, sí, pero el resultado es un documento valiosísimo que se ha recuperado en RTVE Play.
Por ¡Qué noche la de aquel año! desfilaron casi todas las grandes figuras de la música del país, algunas muy recordadas, otras rescatadas de un injusto olvido; alguna banda se recompuso para la ocasión. El formato responde a los años dorados de la música en directo en televisión. Cada entrega, dedicada a un año, incluye algún tema de Ríos con su banda (eso llega a empachar), las actuaciones de un par de grupos o solistas invitados, todos de primera fila, a los que a menudo se sumará el presentador para interpretar juntos alguno de aquellos himnos.
Las entregas iniciales devuelven al escenario a Los Estudiantes, Los Mustang, el Dúo Dinámico, Los Bravos, Massiel, Micky y los Tonys, Karina o Los Pekenikes, gente que trajo color a una España en blanco y negro. De estos pioneros se recuerdan sus dificultades: las autoridades de la dictadura trataron de abortar las matinales del Price, epicentro de lo que se estaba gestando; el régimen acabó rindiéndose al fenómeno pop a través de una TVE que fue clave en el cambio social. En el repaso a los años setenta van desfilando los cantautores, más comprometidos: Serrat, Rosa León, Víctor Manuel o María del Mar Bonet; el rock urbano de Burning o el progresivo y con raíces de Triana (en forma de banda homenaje a Jesús de la Rosa). Esos sonidos representaban ya a otro país.
Según avanza la serie, lo que era un ejercicio de nostalgia (de tiempos aún recientes para el espectador de entonces) se va convirtiendo en una muestra de lo más actual. De lo que se llamó la Movida, etiqueta discutida hoy como si solo hubiera sido un eslogan del nuevo Gobierno socialista, pero que entonces movía masas cada noche, llenaba salas y pabellones y vendía miles de discos. Están Radio Futura, Siniestro Total, Gabinete Caligari o Alaska presentando a su nueva banda: Dinarama. Y Sabina cuando era más joven, como Ramoncín, El Último de la Fila y Kiko Veneno.
Impresiona encontrar, en un mismo capítulo, a Enrique Urquijo (con los Secretos) y a Antonio Vega (con Nacha Pop), dos estrellas cuyas muertes prematuras impactaron al país. Entre los ya fallecidos destaca, y mucho, Paco de Lucía, el invitado que más se sale del contexto de la serie y que regala una interpretación fabulosa de Entre dos aguas sin apenas abrir los ojos. Algún episodio chocaba por la diversidad de estilos, como el que invitó a Barón Rojo y Mecano, ambos en su mejor momento. Había que hacer encaje de bolillos para cuadrar agendas. No se logró convencer a dos bandas emblemáticas que estaban ya separadas: Leño y Tequila.
Las secciones fijas aportaban contexto. Las listas de éxitos de cada año resultan un viaje irresistible para quien tenga una edad, comentadas con gracia por Ely del Valle. Se observa, por cierto, que el predominio de la música anglosajona no fue tan abrumador: además de las estrellas españolas, tenían su espacio la canción italiana y, en menor medida, la francesa. Otra sección repasaba brevemente, pero bien analizada por voces autorizadas, la actualidad política de esos convulsos años. Moncho Alpuente y el Gran Wyoming ponían un contrapunto de humor en el que se reían de sus amigos músicos, que eran lo que hoy llamarían celebrities, eso también ha cambiado.
La serie tenía medios técnicos punteros para su época, y un amplio escenario para la acumulación de artistas, aunque algunos efectos visuales han envejecido mal: no hacían falta esas pantallas flotantes que giran para marear al espectador. Solo los dos últimos capítulos se movieron, al Pabellón del Real Madrid, para acoger al público en un concierto de despedida con Martirio, los Toreros Muertos o Los Ronaldos. Diego A. Manrique, que fue el guionista, recuerda que la RTVE que dirigía Pilar Miró puso todas las facilidades: el juego de luces utilizado era uno que llevaba Genesis en sus giras; los artistas más veteranos no habían conocido eso. La música era entonces una de las señas de identidad de la modernidad; más tarde se impuso el mito de que no funciona en televisión (salvo en concursos de talentos, que son otra cosa).
En un momento de su actuación en el programa, Jorge Martínez de Ilegales mira a la cámara y dice: “Señora, si no le gusta mi careto, ¡cambie de canal!”. Era una provocación: no había muchos canales entre los que cambiar, solo los dos de TVE y alguna autonómica que empezaba. Eso explica que cada capítulo de ¡Qué noche la de aquel año! fuera un pequeño acontecimiento, que generaba conversación al día siguiente. La música tenía mucha relevancia en aquella tele, y en aquel país. Ya no: al menos podemos revivirlo.
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