España atraviesa una de las emergencias medioambientales más graves de los últimos años. En apenas una semana, los incendios forestales han arrasado decenas de miles de hectáreas en distintas regiones, desde Galicia hasta Andalucía, dejando un saldo provisional de tres personas fallecidas, numerosos heridos y miles de evacuados. El fuego, alimentado por altas temperaturas, viento y baja humedad, ha afectado a al menos diez comunidades autónomas, obligando a cortar carreteras, interrumpir líneas ferroviarias y desplazar a poblaciones enteras.
Las repercusiones medioambientales son graves. La degradación de los ecosistemas, el vertido significativo de CO2 y sustancias nocivas, junto con la disminución de la biodiversidad, amenazan tanto la salud humana como la animal. La restauración de las áreas quemadas podría llevar muchos años, lo que subraya la necesidad de acciones no solamente para apagar los incendios, sino también para prevenirlos.
Respuesta de las autoridades y equipos de emergencia
La Unidad Militar de Emergencias (UME), brigadas forestales, bomberos y voluntarios trabajan sin descanso para contener los múltiples focos activos. La magnitud de los incendios y su rápida propagación están poniendo a prueba la capacidad operativa de los dispositivos de respuesta. Desde la Asociación Española de Sociedades de Protección contra Incendios (Tecnifuego) se ha manifestado pesar por las víctimas y reconocimiento al esfuerzo de todos los equipos que actúan sobre el terreno.
Antonio Tortosa, vicepresidente de la entidad, advierte que los incendios actuales “son cada vez más rápidos, peligrosos y menos predecibles” y que la clave para afrontarlos está en la anticipación. La experiencia de las últimas temporadas demuestra que la estrategia no puede centrarse únicamente en apagar las llamas una vez iniciadas.
La prevención como fundamento clave
Tecnifuego propone un enfoque integral que comience meses antes de la temporada de riesgo. Entre las medidas destacan la limpieza y gestión de masas forestales, la creación y mantenimiento de cortafuegos, la reducción de biomasa en zonas críticas y la instalación de sistemas de detección temprana. Estas acciones deben ir acompañadas de protocolos unificados, recursos suficientes y formación especializada.
La estrategia de prevención se plantea en tres niveles:
- Planificación del paisaje, reduciendo la continuidad de la vegetación y diversificando los usos del suelo.
- Adaptación de edificaciones, incorporando materiales ignífugos y planes de evacuación.
- Educación ciudadana, fomentando la autoprotección y la cultura de prevención.
Protección en la interfaz urbano-forestal
Las zonas donde conviven viviendas y áreas forestales requieren medidas específicas. Se recomienda mantener un perímetro libre de vegetación alrededor de las construcciones, evitar setos inflamables, limpiar tejados y canalones, instalar sistemas de protección activa y pasiva, garantizar accesos para los equipos de emergencia y disponer de rutas de evacuación seguras. Estas precauciones, de bajo coste y fácil aplicación, pueden frenar el avance del fuego y salvar vidas.
Recomendaciones en caso de incendio
Si el incendio se produce sin la presencia inmediata de equipos de emergencia, se aconseja alejarse en dirección opuesta al viento, buscar espacios abiertos con poca vegetación, cubrir nariz y boca con un paño húmedo, evitar atravesar zonas con humo denso y, si no es posible evacuar, refugiarse en un lugar seguro manteniendo cerradas puertas y ventanas. Seguir las instrucciones oficiales en todo momento es vital para reducir riesgos.
Un enfoque de protección ajustado al cambio climático
La frecuencia y magnitud en aumento de los incendios forestales, en el contexto del cambio climático, demandan un modelo de protección que ponga énfasis en la prevención continua e inteligente. Esto significa combinar respuestas inmediatas ante emergencias con una gestión territorial que reduzca las condiciones que facilitan la expansión de incendios de gran magnitud.
El mensaje es evidente: España debe fortalecer sus estrategias para la gestión de bosques, destinar recursos a tecnología de detección y promover la participación de la ciudadanía para disminuir la vulnerabilidad ante una amenaza que, de acuerdo con los especialistas, continuará incrementándose en los próximos años.