La casualidad es más elocuente que los argumentos, y para explicar cómo está el percal en la tele patria basta con poner en la misma frase dos noticas que han sucedido a la vez: el fichaje de Carlos Franganillo por Telecinco y el de Rocío Carrasco por Televisión Española. Los caminos del talento no son inescrutables, pero sí retorcidos. Quién nos iba a decir que llegaría un día en el que sería Telecinco la que buscase el rigor y la elegancia, y que TVE regatearía por los escombros de Sálvame. A ver si ahora quien se mira en el espejo de la BBC va a ser Mediaset. Este final sí que no lo vimos venir.
Se marcha Franganillo a Fuencarral, y yo me lo imagino caminando desde Torrespaña con esos andares que lo han hecho célebre, esa cadencia de gentleman, ese aplomo de quien persigue la verdad y domina las claves. Qué maravilla de periodismo peripatético ha cultivado Franganillo. Cuando llegó al Telediario, ya sabíamos que los presentadores tenían piernas, pero tuvo que venir él a descubrirnos que sabían usarlas así de bien y que podían hacer de su propia locomoción una puesta en escena de lo creíble y una marca de seriedad y compromiso. A Franganillo se le queda pequeño el plató y necesita contar el mundo desde el mundo mismo, como decía Unamuno que había que ejercer el patriotismo, con las suelas.
Se lleva ahora toda su percha a Mediaset, y TVE se queda con Rocío Carrasco, lo que significa que España entera pierde: es como si nos privatizasen un cachito de patrimonio nacional. Creían en el ente que Carlos Franganillo siempre regresaría a Torrespaña tras el directo, pero esta vez se ha ido y no ha vuelto. Quizá lo dieron por seguro, no pensaron que sus paseos le llevarían tan lejos. Le van a echar mucho de menos.
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